Hay gente que no se decide. El perro del hortelano está más presente en nuestras vidas de lo que uno se pueda imaginar. Ni contigo ni sin ti, los cien pájaros en la mano sin que ninguno sepa volar. En este momento les vendrá a la cabeza más de un conocido: un exnovio, una jefa, un amigo tuyo amigo de tu enemigo… Retorcidas incoherencias que nos hacen desquiciar a menudo. Pero es que los seres humanos somos así para todo. Cuando tenemos que usar el coco para cosas más útiles que para decidir la novia de turno también lo queremos todo; aunque eso acarree no quedarse, al final, con nada.
Tras todo este rollo procedo a mostrar una explicación biológica del laberinto dialéctico. ¿Alguno de ustedes diría no a fomentar el desarrollo de zonas verdes cerca de su casa? ¿Alguno diría no a tener bosques más verdes y fuertes en la isla? Nadie. Sin embargo, muy pocos serían los que, a cuenta de ello, estarían dispuestos a desechar el cómodo chorro de agua que sale de la grifería casera para limpiar lo que sea, bien el propio cuerpo o los platos de spaguetti.
La fotosíntesis es un proceso que requiere de una bestial cantidad de agua. Para hacerles una idea, un metro cúbico de madera en un bosque requiere entre 600 y más de 1000 metros cúbicos de agua. Pero necesitamos los bosques como el aire que respiramos, y nunca mejor dicho. Las masas arbóreas son un gran fijador de CO2. Es decir, recogen ese gas para sintetizar materia orgánica mientras expulsan como residuo el oxígeno, algo bastante beneficioso para una especie que vive a dos patas, así como para otras tantas.
Por otra parte, los bosques también sirven en el caso humano para obtener materias primas. La madera es una de las más evidentes. Pero existe una visión, casi siempre empresarial, que introduce una nueva variante: el bioetanol, combustible sacado de enormes plantaciones que quitan espacio a los bosques. La diferencia entre el consumo hídrico de los bosques y el de las plantas dedicadas a conseguir energías supuestamente limpias, es que el primero sirve para mantener vivo a todo un enorme ecosistema con múltiples formas de vida, y el segundo solo para que la gente que se compre un coche nuevo tenga la conciencia tranquila de que está siendo un poco más respetuosa con el planeta. Razón de más para que chulee frente a los amigotes de la reflexión ecológica que llevó a cabo antes de pagar una millonada por un estúpido automóvil. Razón de menos para que pueda convencerme a mí de que realmente ayuda a mamá tierra.
Además, tal como plantea Carlos Gracia, profesor del departamento de ecología de la Universidad de Barcelona, en la revista Investigación y Ciencia, alguien en este país debería explicar cómo demonios se puede combinar la falta de lluvias que tenemos en el Mediterráneo con la proliferación de plantaciones destinadas a bioetanol. Es decir, quitamos agua y espacio a los bosques, mina de biodiversidad, centro de reciclaje de CO2 y fuente de oxígeno, para dárselos a grandes espacios destinados a dejar la conciencia tranquila de meros clientes. Una conciencia basada en la ignorancia, claro, ese territorio en el que uno vive tan feliz como una lombriz.
Suma y sigue con las desventajas. Según palabras textuales del profesor Gracia, “Al aprovechar las fracciones más finas de los árboles para producir energía en lugar de permitir su descomposición y retorno de los nutrientes al suelo, se produce un desequilibrio que a medio plazo puede comprometer la fertilidad sin que, en ningún caso, la energía que nos proporciona esa biomasa llegue a reemplazar ni siquiera el uno por ciento de la energía que consumimos. ¿Tiene sentido poner en peligro la funcionalidad de nuestros bosques para producir tan exiguas cantidades de energía?”
Pero todo esto no solo acarrea problemas para un ecosistema del que hace ya mucho tiempo que la sociedad parece no sentirse parte. Tragedias sociales también derivan de estos abusos empresariales. En México parte de la producción de maíz destinada, en un principio, a alimentación es desviada a la producción de bioetanol en EEUU. Otro ejemplo es Argentina, donde se borran del mapa grandes terrenos de Chaco, un tipo de bosque subtropical, para cultivar colza, usada en la producción de biodiesel.
Recuperaré por último una reflexión de Carlos Gracia: “La única vía para combatir el cambio climático pasa por reducir las emisiones, proceso ciertamente difícil, que, como ha quedado demostrado, no puede ser liderado por los políticos, siempre atentos a su permanencia y con miras a las próximas elecciones.”
En fin, mis queridos y ciegos alumnos. Lo queremos todo. El agua chorreando en nuestros lavabos, enormes zonas verdes cerca de casa, un consumo tal como el que llevábamos hasta 2005, poco presupuesto en consideradas estúpidas campañas de concienciación pero, por otra parte, una conciencia como los chorros del oro, lavada con bioetanol. ¿Qué más podemos pedir a una sociedad que llevaría en hombros a convertir en tercera fuerza política a una señora que defiende el analfabetismo como forma de vida?