¿No se ha preguntado alguna vez por qué sus hijos no se parecen en nada a usted? A mí me ocurre algo parecido. Mis hermanas y yo no nos parecemos ni en los agujeros nasales a mi madre o a mi padre. Ni siquiera nos parecemos entre nosotras. De pequeña se burlaban de mí diciendo que era adoptada. Yo me lo creía, y menudo trauma. Así quedé. El caso es que en lo único que toda la familia coincide es en el poco pelo. Que, para el caso, habría sido mejor que no nos pareciéramos en nada.
Esta misma pregunta se la formuló hace unos 150 años un tal Gregor Johann Mendel, un sacerdote austriaco que no tenía otra cosa que hacer que ponerse a observar las plantas. Observa que te observa, el muchacho decidió estudiar la transmisión de las características biológicas de unas generaciones a otras. Pero gracias al cielo, estas investigaciones no las hizo con humanos, ya que aquello habría resultado ser Sodoma y Gomorra; las llevó a cabo, por tanto, con guisantes.
Las plantas de guisantes pueden variar entre sí por siete características: longitud de tallo, forma y color de la vaina, posición y color de la flor, forma y color de la semilla. Pero si el pobre monje se hubiera puesto a investigar con todas estas características a la vez se habría vuelto majara. Por lo que decidió centrar sus investigaciones, en principio, en un solo carácter: el color del guisante.
Mendel cruzó, en el inicio de sus experimentos, guisantes amarillos con guisantes verdes. Pues resultó que todos los hijitos guisantes eran amarillos. Intrigado por este resultado, el chico austriaco cruzó entre sí a los hijitos, a ver qué ocurría. Y no se preocupen ustedes, que en las plantas esto de incesto no tiene nada. En fin, los resultados fueron los siguientes: de cada 4 guisantitos, 3 eran amarillos y uno, solo uno, verde. Hay que tener en cuenta, que el único “miembro de la familia” que también era verde era uno de sus abuelos. Por tanto, fenotípicamente, que quiere decir en su apariencia externa, hemos retrocedido 2 generaciones. “¿Y esto por qué se produce?”, se preguntó Mendel.
Dándole vueltas a la cabeza una y otra vez, el monje agustino descubrió que estos resultados coincidían con el supuesto de que cada carácter, en este caso el color del guisante, estaba determinado por 2 factores hereditarios. Es decir, que el fenotipo o apariencia externa de los guisantes dependía del cruce de estos dos factores.
Vamos a explicar este supuesto al que llegó Mendel con un claro y absurdo ejemplo. Imagínense que mi color de pelo esté determinado por la mezcla de manzanas que hagan mi padre y mi madre. Es un tanto estúpido, pero muy visual. A ver, mi padre tiene 2 manzanas amarillas, que determinan el pelo claro, mientras que mi madre tiene 2 manzanas rojas, que determinan el pelo oscuro. Las rojas priman sobre las amarillas, por lo que si la mezcla es una de cada, mi pelo resultará oscuro. Los espermatozoides y los óvulos tienen la mitad de la información genética de una persona. Por tanto, ambos poseerán solo una de las manzanas de mis padres. Si un espermatozoide de mi padre y un óvulo de mi madre se juntan, ¿qué tenemos? Una bonita ensalada de frutas en la que hay una manzana roja y otra amarilla. Por consiguiente, como ya hemos explicado que las rojas priman sobre las amarillas, mi pelo será oscuro.
Después de esta apetitosa degustación frutal, vamos a explicar los conceptos que hemos tratado. Cada una de las manzanas simbolizaba un gen o alelo. Las manzanas rojas que prevalecían sobre las amarillas eran los alelos dominantes, mientras que las amarillas representaban los alelos recesivos. Por lo que el conjunto de características externas o fenotípicas que tiene su hijo es un mejunge entre la mitad de su información genética combinada con la mitad de la información genética de su pareja. Las combinaciones pueden ser numerosísimas, ya que normalmente cada carácter está determinado, no por dos alelos como hemos intentado ejemplificar con mi pelo, sino por la combinación de 6, 7 u 8 alelos.
La genética de la que tanto habrán oído hablar no es más que el estudio de estas combinaciones. Y podrán preguntarse, ¿qué relación existe entre los genes y nuestra apariencia? ¿Cómo la determinan? Pues muy fácil. Verán, los genes llevan consigo cierta información, como una especie de mensajero. Esa información es la que determinará nuestro aspecto. Así que si tienen orejones o la nariz grande ya saben a quién achacárselo. La herencia genética es lo que tiene.
Volviendo un poquito a la historia, Mendel publicó sus descubrimientos en una obra que no tuvo gran relevancia en la época, por lo que el pobre monje se murió sin pena ni gloria. Unos años más tarde, en torno al 1900, 3 botánicos redescubrieron los resultados de Mendel e hicieron algo muy poco común en la historia de la ciencia: otorgar los logros al propio Mendel y no a sí mismos. Por lo que fue el nombre del religioso el que pasó a los libros de ciencia. Además, establecieron los descubrimientos del monje en 3 leyes a las que llamaron “las leyes de Mendel”. Un acto de pura nobleza.
Así que hoy hemos descubierto de dónde provienen sus quejas respecto a su abultada nariz y que en la ciencia existe la bondad.
Leyes de Mendel
Leyes de Mendel
No hay comentarios:
Publicar un comentario