Comienza el frío. Los guantes, los abrigos, los paraguas, la temprana Navidad,… Las personas se arropan unas a otras y el metro ya no parece un lugar tan lúgubre, tornándose en un acogedor y cálido refugio. Poco a poco llegamos al final del año, momento de promesas y de grandes esperanzas. Cada 365 días podemos empezar de nuevo. Y todo bajo un frío manto. Hay que ver qué casualidad que los inicios de la vida compleja también llegaran con la bajada de temperaturas. Pero todo es relativo, ya que el nuestro concepto de frío no tiene nada que ver con los aproximadamente 52ºC que necesitaron las células eucariotas, que son las de mayor complejidad, para nacer. Sin embargo, viniendo de una temperatura terrestre de 70ºC, se entiende que estos microorganismos se sintieran en el cielo celular con un descenso de 20ºC.
¿Y por qué se asocia la bajada de las temperaturas a la aparición de las células eucariotas? Pues es bien sencillo. El ascenso térmico es incompatible con la compleja estructura molecular de estos organismos.
Supongo que usted alguna vez ha pasado por la común experiencia de quemarse la mano por algún descuido casero. Una plancha, la sartén o un café con leche demasiado caliente son buenos ejemplos. Pues bien, cuando esto ocurre, la zona de piel que ha sido quemada pierde su función y se forma una ampolla para la llegada de los eficientes trabajadores del sistema inmune. Así puede usted ver cómo las altas temperaturas son opuestas a la proliferación de vida compleja.
Hace algún tiempo de todo esto, unos 1.800 millones de años, un tercio de la edad de nuestro planeta. En esta época los continentes permanecían aún desiertos, sin rastro de animalillos o plantas que decoraran sus ríos y lagos, por lo que la vida aún quedaba recluida en los mares. Fue en este ambiente acuoso en el que las eucariotas cayeron en la cuenta de que el trabajo en equipo resultaba mucho más fácil y eficaz que la aburrida vida en solitario que llevaban hasta entonces. Fue cuando surgieron las colonias, grupos de células que realizan las funciones vitales en conjunto. Estos grupos tuvieron más éxito en la protección contra otros organismos y en la recogida de nutrientes. Es decir, era más difícil que se los comieran y ellos comían mejor. Las células de las colonias se especializaban en una función concreta. Vamos, como si en una empresa unos se dedican a las cuentas y otros a la producción, lo que mejora las capacidades del grupo en su conjunto.
Las eucariotas comenzaron a agruparse de diferente manera: llegaban los seres pluricelulares. En esta nueva forma de vida también se daba una división del trabajo, pero además actuaban como una unidad. Tras esta simple explicación muchos aún no sabrán diferenciar entre una colonia y un ser pluricelular. Pues el ejemplo más esclarecedor lo podemos ver en los experimentos de H.V. Wilson, un biólogo de principios del siglo XX de la Universidad de Carolina del Norte. Este muchacho cogió una esponja, que es una colonia, y la partió en trocitos chiquiticos. A continuación puso los pedacitos en un platillo de agua y cuál fue su sorpresa al descubrir que con el paso de los días la esponja se iba regenerando a sí misma. Prueben ustedes a coger el maravilloso rosal de su jardín y pártanlo en mil pedazos a ver qué pasa. Aquello no revive ni en broma. Pues ahí podemos observar la clara diferencia entre colonia y ser pluricelular.
Esponja roja
Lo que realmente les ocurre a las células componentes de un animal o una planta, que son organismos pluricelulares, es que, aunque todas tienen el conjunto de la información genética, sólo una parte se expresa. ¿No han oído decir en alguna película que se encontró el ADN de alguien en el lugar del crimen? Lo que encuentran realmente son células, ya pueden ser del pelo o de las uñas, que aunque poseen toda la información que aporta el ADN, han expresado sólo la parte referente a la uña o al pelo. El resto de información queda silenciada. Así que la próxima vez que decidan cometer el asesinato perfecto ya saben, guantes y redecilla.
Esponja roja
Lo que realmente les ocurre a las células componentes de un animal o una planta, que son organismos pluricelulares, es que, aunque todas tienen el conjunto de la información genética, sólo una parte se expresa. ¿No han oído decir en alguna película que se encontró el ADN de alguien en el lugar del crimen? Lo que encuentran realmente son células, ya pueden ser del pelo o de las uñas, que aunque poseen toda la información que aporta el ADN, han expresado sólo la parte referente a la uña o al pelo. El resto de información queda silenciada. Así que la próxima vez que decidan cometer el asesinato perfecto ya saben, guantes y redecilla.
Volviendo a nuestros ancestros, cuando el desarrollo biológico permitió que los pluricelulares tuvieran órganos diferenciados, la diversificación de la vida fue extraordinaria. Surgieron animales como los artrópodos, que son los invertebrados que poseen un esqueleto externo y patitas articuladas, o los moluscos, que son invertebrados con cuerpo blando. Como gran ejemplo de artrópodos podemos poner la araña, mientras que de los moluscos el caracol.
Aunque para entendernos haya puesto ejemplos de animales terrestres, debemos tener en cuenta que en esta época, hace unos 600 millones de años, aún no se habían conquistado los continentes.
Estudiando la historia de la vida, he aprendido a ser humilde como ser humano. ¿Saben cuánto llevamos nosotros encima de la Tierra como homínidos? Unos 4 millones de años. El homo sapiens surgió hace apenas medio millón. La vida en el planeta lleva una historia de más de 3.500 millones de años a sus espaldas. ¿Por qué nos seguimos creyendo los reyes del mambo? Supongo que el “humano-centrismo” es cuestión de genética.
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