Es otoño. Tiempo de tormentas, paraguas, chubasqueros, hojas marrones y, sobre todo, gripe, mucha gripe. El moqueo, los estornudos, el mal cuerpo y la fiebre que nos produce son inconfundibles. Aun siendo tan común y reconocible para todos, muy pocos son los que realmente conocen a este pequeño intruso que penetra en las vías respiratorias sin ser invitado. Para que conozcan mejor a este ocupa, hoy vamos a hablar de los virus.
Estos diminutos caraduras tienen una estructura muy sencilla si la comparamos con la de una célula o una bacteria. Básicamente se componen de 2 partes:
-la primera es un fragmento de ácido nucleico, lo que hablando en cristiano viene a ser una pequeña cadena de información que determina cómo es el virus en cuestión y cómo serán sus descendientes. Este ácido podrá ser del famoso ADN, o de ARN, un primo hermano cuya diferencia radica en que tiene oxígeno. De ahí, por cierto, vienen sus nombres: ADN significa ácido desoxirribonucleico, mientras que el ARN es ácido ribonucleico. Pero para no volvernos locos, mejor quedarnos con que ambos son cadenas de información genética.
-la segunda parte del virus es un cápsula de proteínas que protege el pedacito de ácido nucleico.
Para visualizar de forma simple un virus, imagínense un cerebro, la parte importante y por tanto la que lleva la información, rodeado de un cráneo que la protege. El cerebro corresponderá con el fragmento de ADN o ARN, mientras que el cráneo será la cápsula proteica.
Ahora que pueden imaginar la forma sencilla de un virus, comencemos, cual paparazzi del mundillo del corazón, a indagar un poquito en su vida. Estos bichejos son inertes mientras no interactúen con una célula hospedadora. Es decir, su vida carece de sentido sin una célula a quien fastidiarle la existencia. Cuando entran en contacto con una de ellas, la cápsula proteica se pega a la membrana celular e inyecta el ácido nucleico en el interior de la pobre celulita que nada había hecho para merecer aquello.
Cuando el “cerebro” del virus se encuentra ya en el interior de la célula hospedadora, a la que nadie preguntó si quería serlo, se comienzan a bloquear todas las funciones normales de la célula para sustituirlas por funciones de reproducción viral. Por tanto, la célula se convirtió en una especie de robot creador de pequeños virus sin comerlo ni beberlo. Cuando está bien “embarazada” de virus, la membrana celular, que es algo así como la piel de estos organismos, se abre como un saco del que comienzan a salir malévolos virus listos para infectar nuevas víctimas.
Aunque suene a peli de miedo, esto ha ocurrido en nuestro propio cuerpo decenas de veces cuando tenemos gripe. Lo que ocurre entonces es que nuestro sistema inmune, compuesto por tropas bien entrenadas capaces de derrotar al virus invasor, destierra para siempre al enemigo. Sin embargo, este cruel villano tiene increíble capacidad de mutación, por lo que su información genética, es decir, su “cerebro”, cambia constantemente, burlando entonces bajo un nuevo disfraz la vigilancia extrema de nuestros ejércitos defensores. Por este motivo padecemos la incómoda enfermedad una y otra vez.
He de confesar que, aunque la mayoría de las personas normales entre las que no me encuentro odien los virus y su estudio, yo siempre he sentido debilidad por ellos. En especial por los virus complejos. La primera vez que vi uno en mi libro de biología fue amor a primera vista. Desde entonces no he podido sacármelo de la cabeza. En fin, intentaré explicar las razones de mi incomprensible amor por estas curiosas formas de vida.
Pondré como ejemplo esclarecedor el virus bacteriófago T4, y no me estoy refiriendo a la terminal de Iberia en Barajas. Imagínense un chupa chups de cuya base salgan una especie de patas de araña. La parte superior o el caramelo del chupa chups, sería lo que antes hemos explicado: el cerebro y el cráneo. El palo de la chuche y las patitas de araña son estructuras para facilitar el acoplamiento con la bacteria hospedadora. ¿No les parece extraordinario? Si no es así, déjenme en paz, que para gustos colores.
Dejando el T4 a un lado y volviendo a la generalidad viral, son muchos los científicos que han tenido sus reservas al declarar a los virus como seres vivos, ya que no cumplen las exigencias para considerarlos como tales. Un ser vivo, para serlo, debe tener ciertas características: debe ser capaz de nacer, desarrollarse, nutrirse, reproducirse y morir. No obstante, los virus no se nutren ni se reproducen por sí mismos, ya que necesitan para ello una célula hospedadora.
¿Diría usted que ese maldito gripazo, que le obliga a coger la baja y a meterse en cama, se origina por una forma de vida tan simple que ni siquiera se considera vida? En todo caso, tenga o no tenga padres, usted y yo nos seguiremos acordando de los del virus durante 3 ó 4 días al año.
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