viernes, 31 de diciembre de 2010

Navidad caprina

Papá Noel ya pasó. Pero en Canarias la mayoría de las casas no tienen chimenea. ¿Por dónde demonios entra? Los misterios navideños de siempre. En fin, lo que es seguro es que se encuentra la misma estampa en cada salón: guirnaldas, calcetines y un gran árbol lleno de luces. En esto último me centraré, puesto que unos dos millones de abetos mueren cada año tras estas fiestas.
Al acercase la Navidad, mucha gente compra árboles naturales para adornar su sala de estar. El más vendido es el abeto rojo, una especie propia del norte de Europa. Estos abetos deben soportar el viaje que los lleva a los mercadillos tras ser arrancados de sus enclaves nórdicos. Después de pasar cosa de un mes aguantando la falta de luz y de humedad, en ocasiones llenos de luces y con la calefacción a menos de un metro, son pocos los que sobreviven. Aún así, en muchas poblaciones los ayuntamientos dan un servicio de recogida de árboles de Navidad para su poco probable replantación en algún parque de la zona. Muchos se creerán a salvo de recriminaciones ambientales porque compraron uno de plástico. Sin embargo, este árbol sintético resulta ser aún más nocivo para el medio ambiente que el uso de abetos rojos, ya que su posterior retiro en el contenedor de la basura no suele terminar en un armonioso reciclaje.
Abeto rojo

Matanzas vegetales a un lado, voy a acercarme ahora a un lugar próximo al comienzo de todo este embrollo de la Navidad. Existe hoy una acalorada discusión arqueológica sobre si seguir o no al pie de la letra el mayor best seller de la historia para determinar dónde estaban y cómo eran los enclaves humanos de la época. La Biblia afirma que David acaba con Goliat, termina siendo rey de Judá y junto con Salomón hace de Israel un gran imperio desde el Mediterráneo al Jordán y desde Damasco al Néguev. No obstante, existen grandes dudas entre los arqueólogos sobre la grandeza de ese imperio. Por ello, cuando la arqueóloga Eilat Mazar dijo haber encontrado el palacio del rey David muchos colegas la creyeron en un error. Uno de ellos fue Israel Finkelstein, que opina que al igual que se exageró la historia de Goliat hasta convertirlo en un gigante se distorsionó la magnitud del imperio, ya que, según este arqueólogo, Jerusalén no era en aquella época más que un “villorrio” con algo más de 500 pastores.
Sin embargo, se han encontrado una ciudad hebrea y una mina de cobre de la época en la que vivió David, en el siglo X a.C., lo que probaría la existencia de un reino, o, por lo menos, de un término medio entre villorrio y gran imperio que ponga punto y seguido a la historia del lugar.
Pero quizá la historia que conocemos, la de nuestro querido y maltrecho planeta, no es la única que ha existido en nuestro universo, ya que se ha vuelto a encontrar agua fuera de la Tierra. En este caso se trata de 65 Cybele, un asteroide situado entre Marte y Júpiter, como también lo es 24 Themis, donde se encontró agua helada en abril de este 2010 agonizante. Ambos son parte del mismo cinturón de asteroides. Además en la superficie de estos astros con nombre singular se han encontrado compuestos orgánicos, lo que podría fundamentar la teoría de que las primeras sustancias orgánicas que llegaron a la Tierra provinieran de cuerpos celestes que colisionaron con el globo.
Asteroide 65 Cybele

La existencia de agua en estado sólido sobre estos asteroides hace pensar a los entendidos, entre los que desgraciadamente no me encuentro, que hay más agua en el Sistema Solar de la que se pensaba.
Para entender la envergadura de este descubrimiento hay que tener en cuenta las características que tiene la sustancia que ocupa el 75% de la Tierra y el 65% de nuestro propio cuerpo: el agua.
-Es termorreguladora; es decir, mantiene constante la temperatura de los seres vivos absorbiendo gran cantidad de calor sin elevar demasiado su temperatura.
-En segundo lugar es un buen disolvente, por lo que sirve de transporte de moléculas y de escenario para numerosas reacciones químicas.
-Otra característica es su función estructural; imagínense un globo lleno de agua y otro vacío, así es como el agua da volumen a los organismos.
-Su fuerza de adhesión permite la capilaridad, observable en la concavidad que se forma en una pajita cuando tiene el líquido a medias.
-Por último, esta preciada, preciosa y escasa sustancia permite a muchos pequeños invertebrados desplazarse sobre ella. ¿Cuándo no ha visto usted mosquitos sobre el agua de una fuente?
Por todas estas razones el agua es fundamental para la vida, una vida que, por lo que vemos en los asteroides, podría no solo existir en nuestro planeta.
Pero lo que sí existió solo aquí, en nuestro país, fue el primer mamífero-reptiloide encontrado hasta ahora. Se trata de una especie de cabra llamada Myotragus cuyos fósiles han sido encontrados en Baleares. Como toda cabra, la protagonista de esta historia tenía características mamíferas, como el pelo o las mamas. Sin embargo, al no tener demasiada comida que llevarse al hocico, nuestra amiga comenzó a tener un metabolismo muy lento, para llevar a cabo un considerable ahorro energético, por lo que llegó a tener sangre fría, como los reptiles. Llegaban a la madurez con 12 años, un largo período que les ahorraba el esfuerzo de madurar rápido.
Esto supone una novedad en el reino animal, ya que ningún mamífero ha involucionado de la manera que lo hizo Myotragus. No obstante, al no tener depredadores en las islas, esta cabrilla se pudo dar el lujo de no desarrollar sus patas para correr, por lo que solo caminaba. Además, sus capacidades auditiva, visual y cerebral se vieron mermadas por este cambio reptiloide.
Cuando llegaron los seres humanos se le acabó el chollo a nuestra amiga. Al no poder correr, ver ni oír bien se convirtió es una presa fácil, por lo que hace unos 3.000 años, y ricamente asada, se extinguió.
Este año también se extingue, así que no se atraganten con las uvas y yo les espero en 2011 con más ciencia. 

1=2

¿Por qué estamos aquí? Quizá es una sugerente pregunta, incluso recurrente en conversaciones sobre lo humano y lo divino. Le podemos dar una sencilla respuesta si nos basamos en los hechos. Yo estoy aquí porque un espermatozoide fecundó un óvulo y resulté como combinación de ambas informaciones genéticas. También podemos llegar a conclusiones como las del instinto de reproducción de la especie. Sin embargo, ¿podríamos aplicar esa teoría a todos los animales? Porque, aunque seamos egocéntricos por naturaleza, no somos más que un miembro del reino animal, uno como otro cualquiera, y nuestra forma de reproducirnos también es una de tantas.
Hoy quisiera tocar, muy por encimita, como siempre procuro, la reproducción de algunos de los más minúsculos organismos conocidos. Que nadie se me alarme, que no será esta una clase de sexualidad, sólo quisiera explicar cómo obtengo dos células cuando sólo tenía una. Al terminar la sección entenderá, o eso espero, que usted ya había llevado a cabo el experimento una vez en un placentero lugar.
Las células eucariotas, que son las que tienen un núcleo donde guardan como oro en paño el material genético, tienen un ciclo de vida que se puede dividir en dos fases. La primera es la interfase, donde la célula crece y sintetiza diversas sustancias. La interfase está dividida a su vez en tres a las que vamos a llamar, para entendernos, a, b y c. En la fase a la célula sintetiza las proteínas necesarias para ponerse grande y fuerte. En la b se replica el ADN, es decir, se hace una copia de la información genética de la célula; y por último en la c el organismo se prepara para dividirse.

En realidad no existe tanta diferencia con los seres humanos. Muchos se hacen medianamente adultos y hala, a traer hijos al mundo. Y lo de mediana no es por la edad, a no ser que estemos hablando de la mental.
En fin, dejando homo poco sapiens a un lado, después de la interfase llega el momento más divertido con el nombre menos divertido que se les pudo imaginar: la fase M. Es el momento en el que la célula se divide en dos, y, de repente, de una célula madre te encuentras dos células hijas con la misma información en sus genes.

Esto se lleva a cabo en dos pasos. En primer lugar, la mitosis. Dentro de este paso tienen lugar muchísimos cambios dentro del bichillo. Comienzan por la condensación del ADN en cromosomas. Estos últimos poseen ambas copias de la información celular y tienen forma de tijera: la parte izquierda de la tijera tiene una copia y la derecha otra. Los cromosomas se sitúan en medio de la célula para llevar a cabo el siguiente paso. Como si de minúsculas cuerdas se tratase, el huso acromático tira de cada una de las partes del cromosoma, dejando la mitad en un extremo de la célula y la otra mitad en el otro extremo.   
Para visualizar esta fase, que en tiempo real dura apenas un instante, puede usted imaginarse los polos de nuestro planeta. Si hacemos un paralelismo entre las zonas en las que se sitúan los casquetes polares y la célula en este momento llamado anafase, podremos saber dónde se visualizar el ADN.
Por último, tiene lugar la citosinesis. Para entendernos, la célula se parte en dos. ¿Cómo lo hace? Pues mediante un anillo contráctil que aparece en el ecuador de la célula y que se va haciendo cada vez más chiquitillo. Como si algún poderoso dios griego amarrara el planeta Tierra con una cuerda y apretara y apretara hasta que quedaran dos globos terrestres, pero hablando de células y filamentos.
En el caso de las células vegetales esta última parte del proceso es algo diferente. Verá, las células animales tienen una membrana flexible que las cubre del exterior a la vez que les permite relacionarse con él.  Sin embargo, las vegetales tienen una pared celular rígida que permite a las plantas mantener la verticalidad.

Por tanto, un sencillo anillo contráctil formado por filamentos no podría contraer la gruesa pared celular. Entonces, ¿cómo se dividen las células vegetales? Muy sencillo. ¿Qué hago si quiero separar mi habitación de la mi hermana? Pongo un tabique. Pues lo mismo hacen estas sabias criaturillas, ponen un tabique de separación llamado fragmoplasto y asunto resuelto. Sin embargo, como en toda familia, entre estas células hermanas debe haber comunicación, por lo que el tabique es perforado para permitir el intercambio de sustancias.
Al comienzo de la sección prometí que usted entendería cuándo y cómo llevó a cabo la división celular, porque por mucho que intente no se acuerda. El útero materno queda a años luz de nuestro recuerdo, pero fue ahí, tras la fecundación del óvulo, cuando usted llevó a cabo la mitosis y la citocinesis. Poco a poco sus células se fueron especializando y crearon órganos, huesos, uñas y pelo. A su debido tiempo nació, dejando a un lado el laboratorio materno para experimentar la vida.
Y vivió y vivió y termina un año más. Espero que el siguiente esté lleno de ilusiones, de alegrías y de mucha curiosidad científica.

La Teoría del todo

La Teoría del Todo es intentar abarcar el mundo rodeándolo con los brazos; por mucho que probemos siempre algo se nos queda fuera. La realidad ni siquiera puede probarse. Quizá llevemos toda nuestra existencia metidos en una burbuja, por lo que vemos el mundo a través de su brillante molde. ¿Quién puede probar que no está soñando?
La búsqueda de leyes fundamentales que interrelacionen el conjunto de la realidad (y que puedan corroborar que la realidad está ahí) es demasiado para la ciencia, pero mucho más para mí, periodista de poca monta que intenta espiar, desde el agujero de la cerradura, este mundillo científico. En todo caso, les invito a acompañarme en esta escurridiza exploración de un mundo que incluso a una le es desconocido, un mundo en el que caminamos sin ver, ni oír, ni saber si la realidad, que casi siempre nos es exótica, está verdaderamente donde creemos poder tocarla.
Bienvenidos sean todos, aventureros de este extraño y peculiar planeta, a conocer los secretos de su propio hogar.
Empecemos pues con nosotros mismos, cachorrillos aún de la evolución. Todos hemos oído hablar de la selección natural, teoría según la cual el individuo más apto es el que sobrevive. Pues bien, según estudios con tibetanos, éstos habían incorporado una variante genética para la producción de glóbulos rojos que les permitía adaptarse mejor a las condiciones de su entorno. En un intervalo de tiempo de 3000 años, que para la historia de la evolución es hace un instante, la variación génica había alcanzado una alta frecuencia entre la población local. Sin embargo, estos casos de selección natural acelerada se dan en muy pocas ocasiones. Estudios liderados por Jonathan K. Pritchard, científico de la Universidad de Chicago, revelan que este fenómeno de selección en el que una mutación beneficiosa se extiende rápidamente entre los individuos de una población se da muy raras veces. De hecho, se cree que en los últimos 60.000 años apenas ha tenido lugar. Generalmente hacen falta decenas de miles de años para que ocurra, unas 200 generaciones.

Jonathan K. Pritchard

Y ya que hablamos de selección, la revista Science selecciona cada año los mejores descubrimientos científicos, según su criterio, que quede claro. El caso es que este año ha elegido como campeón de los descubrimientos a una minúscula máquina. Según la mecánica cuántica, una partícula pequeña, como las que forman los átomos, puede compartir unidades mínimas de energía, llamadas quantum de energía, en múltiplos enteros con otras partículas pequeñas. Estas reglas no siguen la mecánica clásica, establecida por Newton, que es la que se ha seguido hasta hoy para todos los ingenios creados por la mano humana. ¿Y qué repercusiones tiene este descubrimiento? Pues le han dado el premio por eso mismo, por sus repercusiones futuras, no por las presentes. Se cree que esta máquina, formada por microscópicos filamentos metálicos en vibración, es un paso adelante en el planteamiento de ordenadores cuánticos, máquinas que aún son un sueño para los científicos.
El segundo galardonado fue el padre del genoma humano, Craig Venter, que ha logrado nada más y nada menos crear de forma sintética el ADN de una bacteria. Pero no contento con eso, introdujo ese ADN en otra bacteria distinta que lo incorporó como propio y que comenzó a actuar como la primera. Para que se hagan una idea, es como si crean mi cerebro artificialmente, se lo ponen a otra persona y esa persona se transforma en mí, tanto física como psíquicamente. Todo eso a nivel de bacterias en lugar de personas y de ADN en lugar de cerebros complejos, claro está. Pero para que se hagan una idea genérica el ejemplo no está del todo mal.


El tercer premio fue para el genoma del Neandertal, que al descodificarse dio a conocer los apareamientos con Homo Sapiens. Por tanto, querido público, en nuestro genoma aún siguen las huellas de estos encuentros eróticos entre Pinto y Valdemoro. De ahí nosotros, ya lo dijo Vieira, tan guapos y bonitos.

Reconstrucción de Neandertal


Y seguimos con cruzamientos, sí señor. El pueblo Inuit hablaba de osos que parecían mezcla de polar y pardo desde hace muchas generaciones. Pero los científicos no daban ningún crédito a estas historias, ya que si se da un cruzamiento entre especies diferentes las crías serán, en todo caso, estériles, como ocurre con la mula, por lo que no habrá descendencia. No obstante, un mal día de 2006 un hombre abatió de un disparo a un oso que él creía polar en el Círculo Polar Ártico Canadiense. Cuando se acercó a su cadáver, vio que aquello no era exactamente un oso polar. El análisis de su ADN demostró que era descendiente de una hembra de oso polar y un macho pardo.
Hace pocos meses otro de estos magníficos animales caía muerto por una bala. Este oso era de la segunda generación, lo que prueba que la hibridación entre oso polar y pardo es fértil. ¿Vale este descubrimiento la vida de dos criaturas en peligro de extinción? En todo caso, esperemos que el próximo ejemplar respire.
Y a mí entre mecánica cuántica, genomas, homínidos y osos sólo me han quedado unos segundos para agradecerles su atención a estos minutos de ciencia.

martes, 7 de diciembre de 2010

Dulce veneno

Quizá no es del calibre de Wikileaks, muchísimo menos del jaleo con los controladores, pero la noticia que apareció la semana pasada sobre el gran hallazgo biológico de la NASA es para portada. Es tan extraordinaria que los libros de Biología del mundo entero tendrán que modificarse. Es tan inesperado que nos abre un abanico de posibilidades que no alcanzábamos a ver. Porque la vida, señoras y señores, no tiene que ser tal como la creíamos. O por lo menos como creíamos hasta la semana pasada. Mi concepción de la ciencia se tambaleó con la buena nueva.
Pero bueno, vayamos por partes. Todo comenzó un lluvioso, frío y firguense día. Yo tenía algún año menos y mi pasión por la biología empezaba a echar raíces. Sentada en clase, atenta mientras los demás dormitaban, escuchaba a la más exigente de las profesoras. Tan exigente era la menuda mujer que hoy, después de bachillerato y casi una licenciatura, puedo seguir charlando sobre las bases de la vida.
Hablaba la maestra sobre los elementos fundamentales de la vida. De los 92 elementos que generalmente se pueden encontrar en la naturaleza, unos 40 son los que vemos en la estructura de plantas y animales (en diferente combinación, claro está). De estos 40, sólo 18 son los que de verdad se necesitan. Seguimos restando. De este último grupo de elementos son apenas 6 los que ocupan más del 95% de la composición total. Estos elementos son: oxígeno, carbono, hidrógeno, nitrógeno, fósforo y azufre.
Yo apuntaba en mi libreta, esa libreta que todo universitario mira con desprecio por haber dejado rota su espalda en la época escolar. Porque no me dirán que las maletas de los chiquillos pesan poco. El caso es que yo seguía apuntando mientras la tutora explicaba que los elementos fundamentales forman el ADN, las grasas o las proteínas, por lo que pueden encontrarse en toda forma de vida conocida. Quizá debió esta señora, a la que por entonces llamaba “seño”, añadir a esa frase un necesario “hasta ahora”. Ya que unos años después, cuando ya solo afloran los recuerdos de instituto de vez en cuando y con cariño, la NASA da un comunicado que pone las lecciones de mi querida profesora en entredicho.
Bacteria GFAJ-1, adaptada al arsénico
Existe un lago, perdido de la mano de Dios y del hombre, en el que desde hace no se sabe cuánto existen bacterias (que son pequeños microorganismos sin membrana nuclear que rodee el material genético) un tanto curiosas. El Lago Mono, que se encuentra en California, es el escenario. La investigadora Felisa Wolfe Simon, la protagonista. En la trama un veneno, el arsénico. Sin embargo no hay crimen. Por el contrario hay vida, una nueva e inquietante vida.
Lago Mono, California

El lago en cuestión es de lo más inhóspito. Lleno de sal y de arsénico, resulta altamente tóxico para las habituales formas de vida. Pero a las nuevas bacterias que encontró nuestra amiga Felisa no les va mal en este ambiente, ya que han incorporado el arsénico en sus biomoléculas vitales, dejando fuera del partido al fósforo.
Felisa Wolfe Simon

Es decir, si hace una semana alguien me preguntaba por el fósforo como elemento fundamental para la vida mi respuesta era tajantemente sí. Hoy la respuesta es no.
Pero entonces, si uno de los elementos que creíamos fundamentales no lo es, ¿cómo podemos estar seguros de que los demás lo son? No podemos, amado público, no podemos. Porque, para colmo, la toxicómana bacteria no eligió otro elemento más modosito para cambiar por el fósforo; eligió nada menos que a uno de los mayores venenos conocidos, el arsénico.
¿Qué nos aporta este nuevo descubrimiento? ¿Qué puertas nos abre? Pues muchas. Ahora sabemos que no deben darse obligatoriamente condiciones similares a las de nuestro planeta para que se produzca el fenómeno de la vida. No se necesitan las bases que creíamos. Otras formas de vida no tienen por qué asimilar las sustancias que asimilamos nosotros. Y cuando digo nosotros no me refiero en exclusiva a los seres humanos; con nosotros me refiero a las algas, a los peces, a las ranas, a los cocodrilos, a las jirafas, a todo lo que conocíamos hasta hace unos días. ¡Despierte de una vez, querido público, que ha vivido un descubrimiento que cambiará la historia de la biología!
Es una llamativa coincidencia que se hayan encontrado estos bichejos en un lago con nombre desde siempre asociado a la evolución. Porque el mono nos recuerda a Darwin, nos recuerda nuestra propia historia como especie. Pues bien, ¿saben donde pudo haber grandes concentraciones de arsénico? En el lugar donde comenzaron todas las historias de vida, el escenario de escenarios: el caldo primitivo. ¿Es posible entonces que desde épocas tan remotas exista este estilo de vida? Quién sabe.
Mi pequeña aportación biológica de la semana tenía por objeto, además de hacer germinar una desconfianza por las verdades absolutas, dar a conocer esta lección de humildad que unas microscópicas bacterias han dado a la ciencia del siglo XXI.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Os daré la Tierra

¿Piensa usted viajar en estas vacaciones de Navidad? Los que pueden darse el lujo en lo que ya nos parece eones de crisis son pocos. Pero casualmente una de mis transatlánticas amigas cogerá un avión en diciembre. Su familia ha decidido visitar los montes Apalaches. Curiosa opción, la verdad, pero allá van. Curiosa también fue la cara que se le quedó cuando le dije que si encontraba algún fósil de los primeros organismos vivos, me llamara la primera para, de alguna manera, pensé yo, quitarle el mérito. “¿Pero no surgieron en el mar?”, fue la lógica pregunta. “Sí”, contesté, “pero la tierra que ahora está a una altura de 2.000 metros sobre el nivel del mar fue, hace mucho tiempo, parte de las profundidades del océano.”
Esto ocurrió cuando Norteamérica y Europa colisionaron impulsadas por las fuerzas del interior del planeta. Cuando se separaron de nuevo, y como ven la tierra trae a los continentes en un baile infinito; cuando se separaron, repito, quedaron formados los montes Apalaches al este de Norteamérica y los Caledonios en Escocia. Ambos se encuentran hoy entre las montañas más viejas de nuestro planeta.
He comenzado con un poco de geología porque de tierra es de lo que vamos a hablar hoy; concretamente de su colonización por parte de los organismos vivos.
En el Cámbrico, hace unos 570 millones de años, ya los mares estaban repletos de vida. Un potaje de caparazones, tentáculos, exoesqueletos y corales bullía en los océanos. Entonces aparecieron animales como las estrellas de mar y depredadores como el nautilus, que nada tiene que ver con el de Veinte mil leguas de viaje submarino. Este animalillo, una especie de pulpo chirriquitín, con 90 tentáculos y metido en un caparazón, era considerado en aquella época rey y señor de las profundidades marinas.
Nautilus

No crean que entonces fueron los valerosos animales, nuestros ancestros, los que decidieron aventurarse a pisar tierra. Nada de eso. Tuvieron que ser las plantas las que tomaran, en un primer momento, los continentes. Pero no se encaminaban hacia un meta fácil, ya que sus estructuras tenían que luchar ahora contra una mayor gravedad. Además, se encontraron con el reto de crear un nuevo sistema para llevar los nutrientes a todas sus células. Algo así como nuestro sistema circulatorio. Todas estas trabas fueron superadas por los intrépidos vegetales sólo 70 millones de años después de que el nautilus comenzara a rondar los mares.
Ahora que la comida había escalado la tierra, era mucho más fácil que los animales se subieran al barco. Los primeros fueron bichejos que ahora nos repugnan, como arácnidos, escorpiones y milpiés. Pero, tranquilos, para encontrar nuestro verdadero ancestro no debemos irnos a los escorpiones (aunque me parece a mí que muchos humanos salieron con algún rasgo de estas alimañas, pero bueno, ese es otro tema). Fue un anfibio, como lo son las ranas, el antepasado común de todos los vertebrados.
Cuando nuestro tatara-tatara y un millón de veces tatarabuelo empezaba a poner pies en tierra, llegó la edad Carbonífera, hace unos 350 millones de años. En este período hubo grandes árboles de hasta 30 metros de altura, libélulas del tamaño de un perro mediano y milpiés del tamaño de una ardilla, además de enormes cucarachas y escorpiones. Vamos, que los fóbicos a los insectos iban a pasarlo en grande.
Aparecieron también los sinápsidos, un híbrido entre mamíferos y reptiles, por ello también conocidos como reptiles mamiferoides. Me explico. Los mamíferos tienen pelo y mamas; los reptiles no tienen pelo y ponen huevos. Pero los sinápsidos se cree que tenían pelo, mamas y que ponían huevos. De aquí vinieron los primeros mamíferos propiamente dichos, los cuales tuvieron la mala suerte de tener que aguantar a los dinosaurios, viviendo bajo su sombra unos 150 millones de años. Llega el período Jurásico.
Sinápsidos
Hace más de 200 millones de años los dinosaurios colonizaron la Tierra. Llegaron a todos los nichos de vida, implantándose en prácticamente cada rincón del planeta. Algunos, como ustedes ya sabrán, llegaron a tener tamaños descomunales. Aunque parezca extraño, las aves, que comienzan a aparecer en este período, son descendientes de los dinosaurios, ya que fueron algunos de éstos los que desarrollaron las primeras plumas del reino animal.
A rey muerto, rey puesto, por lo que tras la extinción de los dinosaurios los mamíferos se convirtieron en los animales dominantes. Surgió el archiconocido tigre de dientes de sable, el rinoceronte lanudo o el mamut. Esto ocurrió unos 150 millones de años después de que el primer dinosaurio posara su patita en el globo.
Rinoceronte lanudo

Aparte de feroces bestias, aparecieron seres más tiernos, adorables y accesibles a nuestra estatura media de 1,80. Por ejemplo, unas pequeñas criaturas con los andares de una ardilla: los primeros primates. De estos simpáticos animales procedemos usted y yo; distintos, quizá radicalmente, pero seres humanos, al fin y al cabo. Una extraña especie capaz de realizar los más increíbles sueños y las más horribles pesadillas. Una especie capaz, incluso, de conocer su propia historia.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Los reyes del mambo

Comienza el frío. Los guantes, los abrigos, los paraguas, la temprana Navidad,… Las personas se arropan unas a otras y el metro ya no parece un lugar tan lúgubre, tornándose en un acogedor y cálido refugio. Poco a poco llegamos al final del año, momento de promesas y de grandes esperanzas. Cada 365 días podemos empezar de nuevo. Y todo bajo un frío manto. Hay que ver qué casualidad que los inicios de la vida compleja también llegaran con la bajada de temperaturas. Pero todo es relativo, ya que el nuestro concepto de frío no tiene nada que ver con los aproximadamente 52ºC que necesitaron las células eucariotas, que son las de mayor complejidad, para nacer. Sin embargo, viniendo de una temperatura terrestre de 70ºC, se entiende que estos microorganismos se sintieran en el cielo celular con un descenso de 20ºC.
¿Y por qué se asocia la bajada de las temperaturas a la aparición de las células eucariotas? Pues es bien sencillo. El ascenso térmico es incompatible con la compleja estructura molecular de estos organismos.
Supongo que usted alguna vez ha pasado por la común experiencia de quemarse la mano por algún descuido casero. Una plancha, la sartén o un café con leche demasiado caliente son buenos ejemplos. Pues bien, cuando esto ocurre, la zona de piel que ha sido quemada pierde su función y se forma una ampolla para la llegada de los eficientes trabajadores del sistema inmune. Así puede usted ver cómo las altas temperaturas son opuestas a la proliferación de vida compleja.
Hace algún tiempo de todo esto, unos 1.800 millones de años, un tercio de la edad de nuestro planeta. En esta época los continentes permanecían aún desiertos, sin rastro de animalillos o plantas que decoraran sus ríos y lagos, por lo que la vida aún quedaba recluida en los mares. Fue en este ambiente acuoso en el que las eucariotas cayeron en la cuenta de que el trabajo en equipo resultaba mucho más fácil y eficaz que la aburrida vida en solitario que llevaban hasta entonces. Fue cuando surgieron las colonias, grupos de células que realizan las funciones vitales en conjunto. Estos grupos tuvieron más éxito en la protección contra otros organismos y en la recogida de nutrientes. Es decir, era más difícil que se los comieran y ellos comían mejor. Las células de las colonias se especializaban en una función concreta. Vamos, como si en una empresa unos se dedican a las cuentas y otros a la producción, lo que mejora las capacidades del grupo en su conjunto.
Las eucariotas comenzaron a agruparse de diferente manera: llegaban los seres pluricelulares. En esta nueva forma de vida también se daba una división del trabajo, pero además actuaban como una unidad. Tras esta simple explicación muchos aún no sabrán diferenciar entre una colonia y un ser pluricelular. Pues el ejemplo más esclarecedor lo podemos ver en los experimentos de H.V. Wilson, un biólogo de principios del siglo XX de la Universidad de Carolina del Norte. Este muchacho cogió una esponja, que es una colonia, y la partió en trocitos chiquiticos. A continuación puso los pedacitos en un platillo de agua y cuál fue su sorpresa al descubrir que con el paso de los días la esponja se iba regenerando a sí misma. Prueben ustedes a coger el maravilloso rosal de su jardín y pártanlo en mil pedazos a ver qué pasa. Aquello no revive ni en broma. Pues ahí podemos observar la clara diferencia entre colonia y ser pluricelular.
                                                                       Esponja roja
Lo que realmente les ocurre a las células componentes de un animal o una planta, que son organismos pluricelulares, es que, aunque todas tienen el conjunto de la información genética, sólo una parte se expresa. ¿No han oído decir en alguna película que se encontró el ADN de alguien en el lugar del crimen? Lo que encuentran realmente son células, ya pueden ser del pelo o de las uñas, que aunque poseen toda la información que aporta el ADN, han expresado sólo la parte referente a la uña o al pelo. El resto de información queda silenciada. Así que la próxima vez que decidan cometer el asesinato perfecto ya saben, guantes y redecilla.
Volviendo a nuestros ancestros, cuando el desarrollo biológico permitió que los pluricelulares tuvieran órganos diferenciados, la diversificación de la vida fue extraordinaria. Surgieron animales como los artrópodos, que son los invertebrados que poseen un esqueleto externo y patitas articuladas, o los moluscos, que son invertebrados con cuerpo blando. Como gran ejemplo de artrópodos podemos poner la araña, mientras que de los moluscos el caracol.
Aunque para entendernos haya puesto ejemplos de animales terrestres, debemos tener en cuenta que en esta época, hace unos 600 millones de años, aún no se habían conquistado los continentes.
Estudiando la historia de la vida, he aprendido a ser humilde como ser humano. ¿Saben cuánto llevamos nosotros encima de la Tierra como homínidos? Unos 4 millones de años. El homo sapiens surgió hace apenas medio millón. La vida en el planeta lleva una historia de más de 3.500 millones de años a sus espaldas. ¿Por qué nos seguimos creyendo los reyes del mambo? Supongo que el “humano-centrismo” es cuestión de genética.

Hoy tenemos sopa

Para redactar el siguiente artículo me pegué cosa de dos horas discutiendo con una compañera sobre el origen de las células. Si yo, universitaria del tres al cuarto, me pegué una mañana discutiendo sobre teorías acerca de la evolución de los primeros microorganismos terrestres, es normal que los autodenominados grandes científicos aún se peguen una vida, y quién sabe si más, debatiendo nuestros orígenes.
En determinadas cosas parecen haberse puesto de acuerdo. Nuestro planeta, azulado gracias a la atmósfera de la que hoy disfrutamos, no siempre tuvo esta agradable tonalidad. Para comenzar nuestra historia vamos a retroceder al eón Arcaico, hace unos 3.800 millones de años, casi nada, aproximadamente 1.300 millones de años después de la formación de La Tierra. Por entonces, la atmósfera estaba formada por metano, amoníaco y otros gases que hoy serían tóxicos para los seres vivos. Pero fue en esta época, sin embargo, donde vemos los preludios de la vida.
En esta etapa el conjunto de los continentes estaban en una misma masa de tierra llamada Pangea I. Existió, por tanto, un Pangea II, tras la separación y posterior unión progresiva de los continentes por segunda vez. Dejando la tierra a un lado y sumergiéndonos en el mar, sólo existía un océano, mucho más grande de lo podríamos imaginar hoy, ya que no existían casquetes polares. Y es aquí, como en una cocina casera, donde en el caldero de la sopa se cocinó la vida.
Y lo he dicho literalmente: sopa primitiva. Así es como llamaron al mejunge de agua y moléculas orgánicas de las que se nutría este océano primigenio. Los grandes eruditos sobre el tema no se quebraron la cabeza para escoger el nombre, en eso estamos de acuerdo. En fin, en este planeta el caldo se servía bien caliente, ya que al no haber capa de ozono los rayos ultravioletas del sol llegaban con toda su fuerza a la superficie de La Tierra. 
Respecto a cómo demonios surgió el primer atisbo de vida aún no se tienen las cosas muy claras. No se saben exactamente cuáles fueron las condiciones para que las macromoléculas orgánicas se organizaran de manera que, por ejemplo, la capacidad de autorreplicación del ARN o del ADN, moléculas que ya se habían cocinado en el caldo primitivo, quedaran dentro de unas membranas semipermeables que las protegieran a la vez que permitieran el contacto con el exterior.
Fuera como fuese así fue, y los primeros organismos que surgieron fueron los procariotas, microorganismos que no tienen una membrana nuclear que separe el material genético del resto de la célula. Esta forma de vida se diferencia de las células eucariotas, que son, por ejemplo, las que forman la piel, en que estas últimas sí que tienen un núcleo diferenciado. Para visualizar esta distinción sólo tiene usted que imaginarse un huevo frito. Si el huevo tiene yema, lo identificaremos como célula eucariota; si se la quitamos, tendremos una célula procariota.
Fueron estos huevos sin yema los que primero habitaron este gallinero de planeta. Se nutrían de las moléculas orgánicas que rondaban por el caldo y eran anaerobios, es decir, que no podían llevar a cabo la respiración utilizando oxígeno, ya que éste sólo se encontraba dentro de las moléculas de agua y no en la atmósfera. El O2, tan importante hoy, era para ellas un simple desecho que dejaban fluir.
Cuando la comida empezó a escasear, comienzan a surgir los organismos autótrofos, es decir, los que se pueden fabricar sus propios nutrientes sin necesidad de cogerlos del medio. Para entender lo que es un autótrofo el mejor ejemplo son las células vegetales. Nosotros, oh, pobres heterótrofos, necesitamos alimentarnos con moléculas orgánicas ya creadas, bien sean plantas o animales. Pero las plantas no necesitan esta estúpida y continua búsqueda de material orgánico. Ellas, inteligentes criaturas, se procuran su alimento de material inorgánico como lo es el agua, el CO2, los minerales que aporta la tierra y la luz solar.  
Siguiendo con nuestro recorrido evolutivo, a medida que la atmósfera se va llenando de oxígeno debido a expulsión del mismo por parte de los autótrofos anaerobios, surgen los organismos aerobios, lo que para entendernos son bichitos que ya utilizan el oxígeno para realizar la respiración celular.
Las que por último llegaron a este festín sopero fueron las células eucariotas, lo que antes habíamos llamado el huevo frito con yema. Y fue en este punto en el que nos enfrascamos en una erudita y muy friki discusión mi querida amiga y yo, ya que existen diferentes teorías sobre cómo surgieron las encantadoras eucariotas. A ver, algunos dicen que la membrana nuclear se crea porque una procariota se zampa a otra que queda recluida como núcleo. Otros entendidos afirman que la procariota se recluye a sí misma el material genético cogiendo un pedacito de su propia membrana celular.
Después de todo este sopero jaleo y del frío que paso por estos lares madrileños, yo no sé ustedes, pero yo me voy a tomar un rico caldo, y mañana será otro día para seguir debatiendo.

El eterno retorno

Nosotros, humanos y pobres mortales, nacemos, nos desarrollamos, nos reproducimos y finalmente terminamos criando malvas. Cerramos un ciclo que comenzamos con el parto materno. Pues bien, todo en esta vida se puede ver simplificado a eso, un ciclo. La economía, el amor, la política, las amistades, las crisis del capitalismo… Todo es un bucle. Hoy probaremos esta teoría con el ciclo de la materia.
Alguna vez se habrán preguntado, si la caja tonta no les ha dejado ya las neuronas adormiladas, de dónde proviene la energía que nos sirve para realizar las actividades cotidianas. Respuesta fácil: la comida. Ya, pero hasta ahí creo que llegamos todos. No obstante, ¿de dónde procede en primer término?
Los llamados organismos productores no obtienen la energía del súper de la esquina, sino de un famoso compuesto inorgánico, el CO2, combinado con una buena dosis de luz. De esta manera, sintetizan compuestos orgánicos que posteriormente nosotros podemos usar como combustible para nuestras insaciables células. Como organismo productor típico usted puede imaginar una planta cualquiera, por ejemplo los geranios de su parterre.
Los organismos consumidores, y no me refiero a los de esta  macrosociedad capitalista, son los carnívoros y los herbívoros; es decir, los que se comen a los productores, o los que comen otros consumidores. Y como ya dijimos antes, nadie se libra del alma de la guadaña, por lo que alguien debe recoger y reciclar los platos rotos de la materia orgánica que queda por ahí desperdigada. Estos son los descomponedores, microorganismos que degradan la materia orgánica en descomposición para cerrar el ciclo. Estos pequeños bichejos hacen todo el trabajo sucio, ya que, además de encargarse de limpiar las calles de animalitos muertos, también se encargan de sus heces. Así que ya saben, si les coge el apretón en medio de ninguna parte los descomponedores harán el resto.
Estos chicos, mal vistos y con mucho trabajo, son fundamentales en el ciclo de la materia, ya que son los que remineralizan la materia para que pueda ser utilizada de nuevo por los organismos productores. Es decir, los excrementos de los descomponedores, como hongos y bacterias, son los que serán usados por las plantas, junto con la luz, para crear la materia orgánica.
Por tanto, volviendo al ejemplo de los geranios, la plantita decorativa usa el abono y la luz solar para crear materia orgánica; ésta será engullida por un par de caracoles que andaban por allí rondando; a su vez, los caracoles serán guisados por gente como mi abuela, que por cierto los hace de muerte; y cuando nosotros salgamos con los pies por delante, seremos alimento para los descompondores, que, además de soltar CO2 a la atmósfera, harán de nosotros abono para plantas.
Paralelamente a este ciclo de la materia, podemos estudiar también el ciclo de un compuesto del que ya hemos hablado y que resulta esencial para la vida en el planeta: el carbono, sobre todo en la molécula CO2. Aunque tan mala fama haya cogido la pobre molécula de unos años acá, lo que realmente perjudica no es su existencia, sino, como ocurre en todos los aspectos de la vida, el exceso de la misma. Sin ella, los organismos autótrofos, por ejemplo, los benditos geranios, no podrían fabricar materia orgánica. Además, debemos tener en cuenta que el CO2 también contiene oxígeno, por lo que nuestros amados y cuidados geranios crearán, por una parte, materia orgánica, y por otra, desprenderán oxígeno a la atmósfera, una molécula (ya que estamos hablando de 2 átomos del elemento en cuestión) mucho mejor vista por la siempre importante opinión pública.
El carbono orgánico, sólido somier donde se apoya el mullido colchón de la vida, es utilizado por los consumidores (y no vuelvan a pensar en términos económicos), fundamentalmente animales y bacterias, como fuente de carbono y energía. Para finalizar el ciclo de este valioso elemento, los descomponedores remineralizan el carbono a CO2, soltándolo a la atmósfera.
 
Todo en excesiva cantidad es perjudicial. Un buen ejemplo: seguramente usted querrá a su pareja, incluso puede, y ojalá sea así, que con locura. Pero prueben a estar 2 semanas sin despegarse de su pinchoncito en las 24 horas que tiene el día. Querrán matarlo, científicamente comprobado. Bien, pues exactamente lo mismo ocurre con el CO2. La actividad humana está acabando con las grandes reservas de bosques del planeta; es decir, van disminuyendo los recursos para convertir el CO2 en oxígeno. Además, por otro lado, aumentan exponencialmente las cantidades de dióxido de carbono que expulsan las industrias. Por consiguiente, tenemos más componente nocivo en el aire y menor capacidad para convertirlo en oxígeno.
El resultado es el archiconocido efecto invernadero, una capa de CO2 que impide la fuga de la radiación solar al espacio, lo que provoca que la Tierra se recaliente.
Como ya he comentado, todo en esta humilde existencia es un ciclo. Pero hasta los ciclos se regulan con los cambios. ¿Qué tipo de transformación debería producirse para regular este estropicio climático?

Vida viral

Es otoño. Tiempo de tormentas, paraguas, chubasqueros, hojas marrones y, sobre todo, gripe, mucha gripe. El moqueo, los estornudos, el mal cuerpo y la fiebre que nos produce son inconfundibles. Aun siendo tan común y reconocible para todos, muy pocos son los que realmente conocen a este pequeño intruso que penetra en las vías respiratorias sin ser invitado. Para que conozcan mejor a este ocupa, hoy vamos a hablar de los virus.
Estos diminutos caraduras tienen una estructura muy sencilla si la comparamos con la de una célula o una bacteria. Básicamente se componen de 2 partes:
-la primera es un fragmento de ácido nucleico, lo que hablando en cristiano viene a ser una pequeña cadena de información que determina cómo es el virus en cuestión y cómo serán sus descendientes. Este ácido podrá ser del famoso ADN, o de ARN, un primo hermano cuya diferencia radica en que tiene oxígeno. De ahí, por cierto, vienen sus nombres: ADN significa ácido desoxirribonucleico, mientras que el ARN es ácido ribonucleico. Pero para no volvernos locos, mejor quedarnos con que ambos son cadenas de información genética.
-la segunda parte del virus es un cápsula de proteínas que protege el pedacito de ácido nucleico.
Para visualizar de forma simple un virus, imagínense un cerebro, la parte importante y por tanto la que lleva la información, rodeado de un cráneo que la protege. El cerebro corresponderá con el fragmento de ADN o ARN, mientras que el cráneo será la cápsula proteica. 
 
Ahora que pueden imaginar la forma sencilla de un virus, comencemos, cual paparazzi del mundillo del corazón, a indagar un poquito en su vida. Estos bichejos son inertes mientras no interactúen con una célula hospedadora. Es decir, su vida carece de sentido sin una célula a quien fastidiarle la existencia. Cuando entran en contacto con una de ellas, la cápsula proteica se pega a la membrana celular e inyecta el ácido nucleico en el interior de la pobre celulita que nada había hecho para merecer aquello.
Cuando el “cerebro” del virus se encuentra ya en el interior de la célula hospedadora, a la que nadie preguntó si quería serlo, se comienzan a bloquear todas las funciones normales de la célula para sustituirlas por funciones de reproducción viral. Por tanto, la célula se convirtió en una especie de robot creador de pequeños virus sin comerlo ni beberlo. Cuando está bien “embarazada” de virus, la membrana celular, que es algo así como la piel de estos organismos, se abre como un saco del que comienzan a salir malévolos virus listos para infectar nuevas víctimas.
Aunque suene a peli de miedo, esto ha ocurrido en nuestro propio cuerpo decenas de veces cuando tenemos gripe. Lo que ocurre entonces es que nuestro sistema inmune, compuesto por tropas bien entrenadas capaces de derrotar al virus invasor, destierra para siempre al enemigo. Sin embargo, este cruel villano tiene increíble capacidad de mutación, por lo que su información genética, es decir, su “cerebro”, cambia constantemente, burlando entonces bajo un nuevo disfraz la vigilancia extrema de nuestros ejércitos defensores. Por este motivo padecemos la incómoda enfermedad una y otra vez.
He de confesar que, aunque la mayoría de las personas normales entre las que no me encuentro odien los virus y su estudio, yo siempre he sentido debilidad por ellos. En especial por los virus complejos. La primera vez que vi uno en mi libro de biología fue amor a primera vista. Desde entonces no he podido sacármelo de la cabeza. En fin, intentaré explicar las razones de mi incomprensible amor por estas curiosas formas de vida.
Pondré como ejemplo esclarecedor el virus bacteriófago T4, y no me estoy refiriendo a la terminal de Iberia en Barajas. Imagínense un chupa chups de cuya base salgan una especie de patas de araña. La parte superior o el caramelo del chupa chups, sería lo que antes hemos explicado: el cerebro y el cráneo. El palo de la chuche y las patitas de araña son estructuras para facilitar el acoplamiento con la bacteria hospedadora. ¿No les parece extraordinario? Si no es así, déjenme en paz, que para gustos colores.
Dejando el T4 a un lado y volviendo a la generalidad viral, son muchos los científicos que han tenido sus reservas al declarar a los virus como seres vivos, ya que no cumplen las exigencias para considerarlos como tales. Un ser vivo, para serlo, debe tener ciertas características: debe ser capaz de nacer, desarrollarse, nutrirse, reproducirse y morir. No obstante, los virus no se nutren ni se reproducen por sí mismos, ya que necesitan para ello una célula hospedadora.
¿Diría usted que ese maldito gripazo, que le obliga a coger la baja y a meterse en cama, se origina por una forma de vida tan simple que ni siquiera se considera vida? En todo caso, tenga o no tenga padres, usted y yo nos seguiremos acordando de los del virus durante 3 ó 4 días al año.

Los guisos con guisantes de Mendel

¿No se ha preguntado alguna vez por qué sus hijos no se parecen en nada a usted? A mí me ocurre algo parecido. Mis hermanas y yo no nos parecemos ni en los agujeros nasales a mi madre o a mi padre. Ni siquiera nos parecemos entre nosotras. De pequeña se burlaban de mí diciendo que era adoptada. Yo me lo creía, y menudo trauma. Así quedé. El caso es que en lo único que toda la familia coincide es en el poco pelo. Que, para el caso, habría sido mejor que no nos pareciéramos en nada.
Esta misma pregunta se la formuló hace unos 150 años un tal Gregor Johann Mendel, un sacerdote austriaco que no tenía otra cosa que hacer que ponerse a observar las plantas. Observa que te observa, el muchacho decidió estudiar la transmisión de las características biológicas de unas generaciones a otras. Pero gracias al cielo, estas investigaciones no las hizo con humanos, ya que aquello habría resultado ser Sodoma y Gomorra; las llevó a cabo, por tanto, con guisantes.
Las plantas de guisantes pueden variar entre sí por siete características: longitud de tallo, forma y color de la vaina, posición y color de la flor, forma y color de la semilla. Pero si el pobre monje se hubiera puesto a investigar con todas estas características a la vez se habría vuelto majara. Por lo que decidió centrar sus investigaciones, en principio, en un solo carácter: el color del guisante.
Mendel cruzó, en el inicio de sus experimentos, guisantes amarillos con guisantes verdes. Pues resultó que todos los hijitos guisantes eran amarillos. Intrigado por este resultado, el chico austriaco cruzó entre sí a los hijitos, a ver qué ocurría. Y no se preocupen ustedes, que en las plantas esto de incesto no tiene nada. En fin, los resultados fueron los siguientes: de cada 4 guisantitos, 3 eran amarillos y uno, solo uno, verde. Hay que tener en cuenta, que el único “miembro de la familia” que también era verde era uno de sus abuelos. Por tanto, fenotípicamente, que quiere decir en su apariencia externa, hemos retrocedido 2 generaciones. “¿Y esto por qué se produce?”, se preguntó Mendel.
Dándole vueltas a la cabeza una y otra vez, el monje agustino descubrió que estos resultados coincidían con el supuesto de que cada carácter, en este caso el color del guisante, estaba determinado por 2 factores hereditarios. Es decir, que el fenotipo o apariencia externa de los guisantes dependía del cruce de estos dos factores.
Vamos a explicar este supuesto al que llegó Mendel con un claro y absurdo ejemplo. Imagínense que mi color de pelo esté determinado por la mezcla de manzanas que hagan mi padre y mi madre. Es un tanto estúpido, pero muy visual. A ver, mi padre tiene 2 manzanas amarillas, que determinan el pelo claro, mientras que mi madre tiene 2 manzanas rojas, que determinan el pelo oscuro. Las rojas priman sobre las amarillas, por lo que si la mezcla es una de cada, mi pelo resultará oscuro. Los espermatozoides y los óvulos tienen la mitad de la información genética de una persona. Por tanto, ambos poseerán solo una de las manzanas de mis padres. Si un espermatozoide de mi padre y un óvulo de mi madre se juntan, ¿qué tenemos? Una bonita ensalada de frutas en la que hay una manzana roja y otra amarilla. Por consiguiente, como ya hemos explicado que las rojas priman sobre las amarillas, mi pelo será oscuro.
Después de esta apetitosa degustación frutal, vamos a explicar los conceptos que hemos tratado. Cada una de las manzanas simbolizaba un gen o alelo. Las manzanas rojas que prevalecían sobre las amarillas eran los alelos dominantes, mientras que las amarillas representaban los alelos recesivos. Por lo que el conjunto de características externas o fenotípicas que tiene su hijo es un mejunge entre la mitad de su información genética combinada con la mitad de la información genética de su pareja. Las combinaciones pueden ser numerosísimas, ya que normalmente cada carácter está determinado, no por dos alelos como hemos intentado ejemplificar con mi pelo, sino por la combinación de 6, 7 u 8 alelos.
La genética de la que tanto habrán oído hablar no es más que el estudio de estas combinaciones. Y podrán preguntarse, ¿qué relación existe entre los genes y nuestra apariencia? ¿Cómo la determinan? Pues muy fácil. Verán, los genes llevan consigo cierta información, como una especie de mensajero. Esa información es la que determinará nuestro aspecto. Así que si tienen orejones o la nariz grande ya saben a quién achacárselo. La herencia genética es lo que tiene.
Volviendo un poquito a la historia, Mendel publicó sus descubrimientos en una obra que no tuvo gran relevancia en la época, por lo que el pobre monje se murió sin pena ni gloria. Unos años más tarde, en torno al 1900, 3 botánicos redescubrieron los resultados de Mendel e hicieron algo muy poco común en la historia de la ciencia: otorgar los logros al propio Mendel y no a sí mismos. Por lo que fue el nombre del religioso el que pasó a los libros de ciencia. Además, establecieron los descubrimientos del monje en 3 leyes a las que llamaron “las leyes de Mendel”. Un acto de pura nobleza.
Así que hoy hemos descubierto de dónde provienen sus quejas respecto a su abultada nariz y que en la ciencia existe la bondad.

Leyes de Mendel

¡Bienvenid@s!

Bienvenid@s sean tod@s a este blog que hoy comienza su andadura.
Sé que resulta extraño encontrar a una periodista (o proyecto de) inmiscuyéndose en estos lares biológicos en principio reservados a los sabios de ciencias. Pero siento advertir que soy un curioso sujeto apasionado desde siempre por este ámbito científico. Así que, con el permiso de los llamados biólogos, intentaré aquí crear una hermosa simbiosis de saberes en la que el conocimiento llegue al mayor número de personas posible.
La ciencia se encuentra hoy demasiado alejada de la sociedad. Todo el mundo opina, pero nadie sabe. ¿Quién no habla de la energía nuclear? ¿Quién sabe qué es? En aspectos más cercanos, ¿quién no habla de la modificación genética? ¿Quién sabe lo que es el ADN?
Con este blog lo que se intenta es una compresión básica de, por lo menos, el ámbito intelectual al que debo mi pasión desde niña. Espero que a alguien ayude en su minúsculo, como lo es la de tod@s nosotr@s, entendimiento de este extraño planeta, difícil y fascinante, en el que nos ha tocado poner pie.
Un saludo a tod@s.
Gracias.
PD: Hasta hoy, los artículos aquí expuestos han sido publicados en la sección "Biología para ciegos" de Radio Firgas.